Conectados pero solos (II)
En el libro La generación ansiosa, Haidt sugiere que los niños y adolescentes de hoy (Gen Z, 1997 - 2012) están creciendo en un entorno tan radicalmente diferente al de generaciones anteriores, que es como si estuvieran creciendo en otro planeta. En Marte, la validación social se mide en likes y seguidores, no en conexiones auténticas.
Esta analogía nos ayuda a entender por qué los adolescentes de hoy enfrentan niveles sin precedentes de ansiedad, depresión y soledad. No es que los jóvenes sean más frágiles; es que están creciendo en un entorno que no está diseñado para su bienestar.
Entonces, ¿qué nos enseñan McLuhan, Postman y Haidt? Que las tecnologías no son solo herramientas. Son fuerzas poderosas que moldean nuestra cultura, nuestra forma de pensar y nuestra percepción de la realidad.
El medio es el mensaje nos recuerda que el impacto de una tecnología está en su forma, no solo en su contenido. El medio es la metáfora nos advierte que cada tecnología crea un ecosistema que redefine lo que consideramos verdadero, valioso y significativo.
Como dijo Postman, no se trata de rechazar la tecnología, sino de entenderla. Porque solo comprendiendo cómo los medios moldean nuestro mundo podremos usarlos de manera consciente y responsable.
¿Cuál es el “mensaje” o la “metáfora” de un smartphone y de las redes sociales?
En su libro La generación ansiosa, Jonathan Haidt explora cómo estas tecnologías han alterado radicalmente la forma en que los jóvenes crecen, se relacionan y se ven a sí mismos.
El primer efecto que Haidt destaca es el aumento de la ansiedad y la depresión entre los adolescentes.
¿Por qué ocurre esto? Haidt señala varias razones. En primer lugar, las redes sociales fomentan la comparación social constante. Los adolescentes están expuestos a versiones idealizadas de la vida de los demás, lo que puede generar sentimientos de insuficiencia y baja autoestima. En segundo lugar, el ciberacoso se ha vuelto más frecuente y dañino, ya que puede ocurrir en cualquier momento y lugar, sin escapatoria. Finalmente, la sobreestimulación digital y la falta de sueño asociada al uso nocturno de pantallas contribuyen a problemas de salud mental.
El segundo efecto es la pérdida de la infancia independiente. En lugar de jugar al aire libre, socializar en persona o resolver conflictos por su cuenta, pasan gran parte de su tiempo en espacios virtuales controlados por algoritmos.
No aprenden a tomar riesgos calculados, a resolver problemas por sí mismos o a manejar el conflicto. En cambio, están acostumbrados a un mundo digital donde las interacciones son superficiales y las respuestas son inmediatas.
El tercer efecto es la fragmentación de la atención y la capacidad de concentración. Los smartphones y las redes sociales están diseñados para captar y mantener nuestra atención. Las notificaciones constantes, el scroll infinito y los algoritmos que priorizan el contenido llamativo hacen que sea casi imposible enfocarse en una sola tarea durante mucho tiempo.
Para los adolescentes, esto es especialmente problemático. Su capacidad para concentrarse en tareas complejas, como estudiar o leer, se ve severamente afectada. En lugar de desarrollar un pensamiento profundo y crítico, se acostumbran a un flujo constante de información superficial y fragmentada.
El cuarto y último efecto es la erosión de las relaciones cara a cara. Los adolescentes de hoy pasan más tiempo interactuando a través de pantallas que en persona. Esto tiene un impacto profundo en su capacidad para formar conexiones auténticas y significativas.